En América Latina y el Caribe, el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos comprometen la salud y la seguridad de las personas, amenazan la seguridad alimentaria, hídrica y energética, y ponen en peligro el medioambiente. Sus efectos se dejan sentir en el conjunto de la región, también en las cumbres andinas, las imponentes cuencas fluviales y las islas de baja altitud, según un nuevo informe de la Organización Meteorológica Mundial (OMM). En ese documento se destaca la preocupación que generan los incendios y la pérdida de masa forestal, que constituye un sumidero vital de carbono.
En El estado del clima en América Latina y el Caribe en 2020 se presentan de forma sucinta los efectos del aumento de las temperaturas, el cambio en la distribución de las precipitaciones, las tormentas y el retroceso de los glaciares. Incluye, asimismo, análisis transfronterizos, como el de la sequía del Pantanal sudamericano y la intensa temporada de huracanes en América Central y el Caribe. También se proporciona información detallada desglosada a nivel regional que permite constatar la degradación de los indicadores del cambio climático mundial.
El informe y los gráficos que lo acompañan muestran cómo la vida marina, los ecosistemas costeros y las comunidades humanas que dependen de ellos, en particular en los pequeños Estados insulares en desarrollo, se enfrentan a las crecientes amenazas de la acidificación de los océanos, el calentamiento de sus aguas y el aumento del nivel del mar.
El informe se dio a conocer el 17 de agosto en una conferencia de alto nivel titulada Trabajando juntos por la resiliencia hidrometeorológica y climática en América Latina y el Caribe, organizada bajo los auspicios de la OMM, la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL) y la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR).
Su presentación se produce después de que el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicara su informe titulado Climate Change 2021: the Physical Science Basis (Cambio climático 2021: Bases físicas), en el que se afirma que las temperaturas en la región han aumentado más que la media mundial y es probable que sigan haciéndolo. Según ese trabajo, también se prevén cambios en la distribución de las precipitaciones, así como una intensificación de la subida del nivel del mar, las inundaciones costeras y las olas de calor marinas.
"La región de América Latina y el Caribe es una de las más afectadas por los fenómenos hidrometeorológicos extremos. El año 2020 fue testigo de ello, con la muerte y la devastación causadas por los huracanes Eta e Iota en Guatemala, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, y la intensa sequía y la inusual temporada de incendios que castigaron la región del Pantanal del Brasil, Bolivia, el Paraguay y la Argentina. Entre las repercusiones más importantes cabe destacar la escasez de agua y el desabastecimiento energético, las pérdidas agrícolas, los desplazamientos de población y el deterioro de la salud y la seguridad, cuestiones que no hicieron más que agudizar problemas derivados de la pandemia de COVID‑19", dijo el Secretario General de la OMM, profesor Petteri Taalas.
"Casi la mitad de la superficie de América Latina y el Caribe está cubierta de bosques. En esa región se concentra alrededor del 57 % de los bosques primarios que quedan en el mundo, que almacenan unas 104 gigatoneladas de carbono. Los incendios y la deforestación amenazan uno de los mayores sumideros de carbono del planeta, y sus repercusiones son de gran alcance y duraderas", afirmó el profesor Taalas.
Entre 1998 y 2020, los fenómenos climáticos y geofísicos se cobraron 312 000 vidas y afectaron directamente a más de 277 millones de personas.
"Tal y como deja claro el informe, el cambio climático está afectando a los medios de subsistencia en la región de América Latina y el Caribe, además de incrementar el riesgo de desastres. La UNDRR promueve la aplicación de un enfoque integral para la gestión del clima y los riesgos asociados que ayuda a gobiernos y comunidades a reducir, evitar y minimizar los riesgos climáticos actuales y futuros. Para poder adoptar decisiones que tengan en cuenta los riesgos es crucial contar con información exacta de fácil acceso, y la publicación El estado del clima en América Latina y el Caribe es un instrumento vital en nuestra batalla por un mundo más seguro y resiliente", dijo la señora Mami Mizutori, Representante Especial del Secretario General para la Reducción del Riesgo de Desastres y Jefa de la UNDRR.
El informe interinstitucional se basa en una metodología normalizada de evaluación de los aspectos físicos del sistema climático. Incorpora aportaciones de Servicios Meteorológicos e Hidrológicos Nacionales (SMHN), Centros Regionales sobre el Clima (CRC) de la OMM, instituciones de investigación y organizaciones internacionales y regionales. En él se proporciona información científica que ayuda a países y comunidades a aplicar sus iniciativas de adaptación a un clima cambiante y de fomento de la resiliencia ante los fenómenos meteorológicos extremos. Además, se determinan ámbitos susceptibles de mejora en cuanto a gestión de los riesgos hidrometeorológicos.
En el informe se destaca que las medidas de adaptación, en particular los sistemas de alerta temprana multirriesgos, están poco desarrolladas en la región. Asimismo, se hace hincapié en la necesidad de redoblar la voluntad política y el apoyo financiero para reforzar los sistemas de alerta temprana y los servicios meteorológicos, climáticos e hidrológicos operativos en apoyo de la gestión de riesgos y la adaptación.
Mensajes clave
Temperatura
El año 2020 fue uno de los tres años más cálidos jamás registrados en América Central y el Caribe, y el segundo más cálido del que se tiene constancia en América del Sur, al alcanzarse temperaturas que superaron en 1,0 °C, 0,8 °C y 0,6 °C el promedio a largo plazo del período climatológico de referencia de 1981-2010, respectivamente.
La región se vio afectada por importantes olas de calor, en especial muchos países de América del Sur: se alcanzaron temperaturas superiores a los 40 °C durante varios días seguidos y se batieron numerosos récords de temperatura. En algunas estaciones las temperaturas máximas registraron valores sin precedentes, con valores hasta 10 °C superiores a lo normal. En Bolivia, la ola de calor trajo consigo temperaturas récord para el mes de octubre en cuatro ciudades y la temperatura más alta jamás registrada en San José de Chiquitos: 43,4 °C.
Precipitación
La sequía generalizada en toda América Latina y el Caribe tuvo importantes repercusiones, como la bajada del nivel de los ríos, con las consiguientes dificultades para el tránsito por las rutas interiores de navegación, y la reducción del rendimiento de las cosechas y de la producción de alimentos, que agravó la inseguridad alimentaria en muchas zonas. El déficit de precipitaciones es una cuestión especialmente grave para la región del Caribe, dado que varios de sus territorios figuran en la lista mundial de países sujetos a un mayor estrés hídrico.
La intensa sequía que castigó el sur de la Amazonia y la región del Pantanal fue la peor de los últimos 50 años.
La debilidad del monzón norteamericano, junto con las temperaturas de la superficie del mar más frías de lo normal asociadas a La Niña que se registraron en el Pacífico oriental, provocaron un episodio de sequía en México.
Hacia finales del año, las intensas lluvias ocasionaron deslizamientos de tierra, inundaciones y crecidas repentinas en zonas rurales y urbanas de América Central y del Sur.
Incendios y destrucción de ecosistemas
La región de América Latina y el Caribe concentra aproximadamente el 57 % de los bosques primarios que quedan en el mundo. Estos almacenan unas 104 gigatoneladas de carbono y albergan entre el 40 y el 50 % de la biodiversidad mundial y un tercio de todas las especies vegetales.
La pérdida de bosques es un grave problema y un factor que contribuye en gran medida al cambio climático debido a la liberación de dióxido de carbono. Entre 2000 y 2016, se destruyeron cerca de 55 millones de hectáreas de bosque, es decir, alrededor del 5,5 % del total de la región, lo que representa más del 91 % de las pérdidas forestales en todo el mundo. Sin embargo, la tasa de pérdida neta se ha reducido a la mitad en la última década (FAO y PNUMA, 2020).
En conjunto, los incendios forestales en América del Sur fueron más frecuentes en 2020 que en 2019, un año que ya fue crítico en cuanto a fuegos. La mayor cantidad de incendios forestales declarados en 2020 causó daños irreversibles en los ecosistemas, incluidos impactos perniciosos en servicios ecosistémicos vitales y en medios de subsistencia que dependen de ellos.
La cuenca del río Amazonas, que se extiende por nueve países de América del Sur y almacena el 10 % del carbono mundial, ha sufrido un aumento de la deforestación en los últimos cuatro años a causa de la tala destinada a ganar terreno de pasto para el ganado y la degradación ocasionada por los incendios.
El año 2020 desbancó a 2019 como año más activo en cuanto a incendios en el sur de la Amazonia, siendo la sequía una de las principales causas. En 2020 se registró la temporada de incendios más catastrófica en el Pantanal, puesto que, según el sistema de alerta ALARMES del Laboratorio de Aplicaciones Satelitales Ambientales (LASA-UFRJ), las llamas calcinaron más del 26 % de la región. La superficie quemada fue cuatro veces mayor que la media a largo plazo observada entre 2001 y 2019.
Aunque sigue siendo un sumidero neto de carbono, el Amazonas está al borde de convertirse en una fuente neta si se mantiene el actual ritmo de pérdida de masa forestal. Este hecho se ha puesto de manifiesto en un estudio reciente.
Ciclones tropicales
En 2020 se formaron 30 tormentas con nombre en la cuenca del Atlántico, un nuevo récord.
En noviembre, cuando la temporada de huracanes en el Atlántico está normalmente en declive, los huracanes de categoría 4 Eta e Iota tocaron tierra en la misma región en un corto espacio de tiempo. Siguieron trayectorias idénticas a través de Nicaragua y Honduras, afectando a las mismas zonas y agravando así los efectos causados. Más de 8 millones de personas de América Central se vieron perjudicadas por estos huracanes sin precedentes.
Guatemala, Honduras y Nicaragua fueron los países más castigados, con 964 000 hectáreas de cultivos dañadas y alteraciones en los medios agrícolas de subsistencia.
Aumento del nivel del mar
En América Latina y el Caribe, más del 27 % de la población vive en zonas costeras, y cabe destacar la especial vulnerabilidad de los estados caribeños de baja altitud.
Se estima que entre el 6 y el 8 % de la población vive en zonas sujetas a un riesgo alto o muy alto de verse afectadas por peligros costeros. Se prevé, asimismo, un incremento del número de personas que habitan en zonas situadas por debajo de niveles del mar extremos que se alcanzan una vez cada 100 años.
Entre 1993 y 2020, el ritmo medio de subida del nivel del mar en el Caribe ha sido de 3,6 mm al año, una velocidad ligeramente superior a la media mundial (3,3 mm al año).
Calentamiento y acidificación de los océanos
La temperatura de la superficie del mar en la zona tropical del Atlántico Norte fue significativamente más cálida de lo normal durante todo el año.
En 2020, la temperatura de la superficie del mar en el Caribe alcanzó un récord de +0,87 °C con respecto a la media del período 1981-2010 y superó la anterior anomalía máxima de +0,78 °C registrada en 2010.
A partir de mayo de 2020, las temperaturas de la superficie del mar comenzaron a enfriarse gradualmente en el Pacífico ecuatorial y se instauró un episodio de La Niña.
La presencia de masas de agua más cálidas en el Atlántico contribuyó a una temporada de huracanes más activa de lo normal.
A escala mundial, los mayores niveles de acidificación se encuentran en la zona oriental del Pacífico tropical comprendida entre la parte del océano Pacífico que baña las costas de México y América Central y las zonas costeras del Ecuador. El sistema arrecifal mesoamericano es la segunda barrera de coral más grande del mundo. Los efectos de la acidificación de los océanos en los arrecifes de coral y las posibles consecuencias perjudiciales para la vida marina y las comunidades humanas que dependen de ella en la región de América Latina y el Caribe son particularmente graves en el Caribe.
Glaciares
Los glaciares son importantes fuentes de agua dulce para el consumo de agua, la generación de energía, la agricultura y la conservación de los ecosistemas.
En los Andes chilenos y argentinos, los glaciares han retrocedido durante las últimas décadas, y la pérdida de masa de hielo se ha acelerado desde 2010, en consonancia con un aumento de las temperaturas estacionales y anuales y una reducción significativa de las precipitaciones anuales en la región.
Seguridad alimentaria
Los fenómenos meteorológicos extremos afectaron a más de 8 millones de personas en toda América Central, y ello exacerbó la inseguridad alimentaria en países que ya se encontraban paralizados por las crisis económicas, las restricciones vinculadas a la COVID‑19 y las situaciones de conflicto.
Haití se situó entre los diez países del mundo que sufrían las peores crisis alimentarias, dado que 4,1 millones de personas de su población tuvieron que hacer frente a crisis alimentarias o situaciones más graves y 1,2 millones se enfrentaron a emergencias o a situaciones más graves en 2020.
Adaptación y resiliencia
Un sólido monitoreo de los riesgos climáticos vinculado a los sistemas de alerta temprana puede fundamentar la adopción de medidas tempranas y planes de contingencia para reducir los riesgos de desastre y sus efectos. Sin embargo, los sistemas de alerta temprana están poco desarrollados en la región de América Latina y el Caribe, en particular en América Central y del Sur.
Los sistemas de monitoreo de riesgos específicos, como el Sistema del Índice de Estrés Agrícola (ASIS) de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), son un ejemplo de herramienta útil que permite a los gobiernos emitir alertas tempranas para sectores específicos como el agrícola.
Los manglares son un recurso excepcional para fines de adaptación y mitigación. Este ecosistema presenta la capacidad de almacenar entre tres y cuatro veces más carbono que la mayoría de los bosques del planeta, además de proporcionar otros servicios, como la estabilización de las costas, la conservación de la biodiversidad y la mitigación de los efectos de los desastres, entre muchos otros.
Sin embargo, la superficie de manglares en la región ha disminuido un 20 % entre 2001 y 2018. La preservación y la restauración de los ecosistemas de carbono azul, como los manglares, las praderas submarinas y las marismas salobres, también brindan una valiosa oportunidad para adaptarse al calentamiento global y mitigar sus efectos.
Notas para los editores:
Un grupo multidisciplinar de 40 expertos elaboró y revisó el informe mediante un proceso interactivo coordinado por las oficinas de la OMM para la Asociación Regional III y la Asociación Regional IV.
Las conclusiones del informe se basan en una metodología normalizada de evaluación de los aspectos físicos del sistema climático a partir de datos de 1 700 estaciones meteorológicas de México, América Central y el Caribe, así como de datos reticulares de América del Sur. La recopilación de esos datos fue una labor conjunta de los CRC de la OMM y los SMHN. Se calcularon anomalías y porcentajes para los datos de temperatura del aire y precipitación con respecto al período de referencia 1981-2010. Instituciones nacionales e internacionales proporcionaron información y datos adicionales.
La OMM agradece las aportaciones de todos los contribuyentes, entre otros, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la Oficina de las Naciones Unidas para la Reducción del Riesgo de Desastres (UNDRR) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).